HISTORIA

ASI PUDO SER

     A soles-pones de un caluroso día de los primeros de agosto de 1626, el franciscano bonillero Pedro Carralero, jinete en mula de alquiler, está llegando a El Bonillo por el camino de Murcia. No se ha repuesto todavía del vuelco que le ha dado el corazón al divisar la puntiaguda torre que, en actitud de centinela alerta, da cobijo a la pequeña iglesia gótica, cuando ha sentido una profunda y agridulce sensación (nostalgia-alegría-tristeza) al percibir el olor de la paja recién hecha y el triscar de la mies bajo las trillas en las eras de la Magdalena. ¡Han sido tantos años lejos del pueblo! ... y han han sido tantos los recuerdos que, en aluvión, le han venido a la memoria! ... Sus años de crío, sin otra obligación que jugar al tejo, la rayuela, el marro, la cadenica, el rondón ... y -¿por qué no decirlo?- alguna partidilla de taba ("sacatós" y "sacaymete"). Sus años de novicio en Caravaca. Sus años en Roma. Y, ahora, "para mayor gloria de Dios y bien de las almas" -así se lo explicó el padre prior-, camino de Tarancón (Cuenca), en cuyo convento sabe que sus días acabarán. Ni advierte que la mula está parada. Al darse cuenta y volver a la realidad del momento, un chasquido de lengua la pone en marcha de nuevo y entra en el pueblo. Pasó Munera adelante para, por la calle de la Tercia, llegar a "El Alto de San Cristóbal" y, desde allí, bajar por la calle del Barranco - hoy del Cristo - y hacer alto en la novena casa de las de a mano derecha, en la que vive Antón Díaz, de cuya esposa es primo hermano, y en donde sabe que va a ser bien recibido. Tras saludar a sus parientes, el fraile desata de la enjalma de la mula su liviano equipaje y, una vez en la cocina -lugar que por unas noches va a ser su dormitorio-, saca de su pobre hato una cruz de nogal sobre la que está pintado Cristo, y la coloca en la cornisa, entre las dos alambores.

     Mientras el fraile acomoda la mula en la cuadra que hayal fondo del corral de la casa, la esposa de Antón Díaz prepara la cena cuyo plato fuerte es queso en aceite, regado por el buen vino que su marido hizo en la vendimia pasada pisando la uva en la artesa. Tras la cena, sentados al fresco en la puerta de la calle, el padre Carralero les cuenta algo de su vida durante los años que ha estado ausente del pueblo.

-¿Os acordáis -les pregunta- de Esteban, el hijo de don Diego Fernández y doña Isabel de Munera?

Asintieron los dos con la cabeza y Antón dijo:

- Es un poco mayor que yo.

- ¿En qué año naciste tú? -le preguntó el franciscano.

- Yo, en 1586.

-¡Claro que es mayor que tú! El nació en 1580, aquí, en El Bonillo.


     Bueno, pues Esteban Munera es hoy Su Eminencia Reverendísima Señar Obispo de Chasalú, en Sicilia, cargo para el que le nombró Su Santidad Gregario XV el año 1621. Cuando su padre, don Diego, fue nombrado alguacil mayor de Baeza, él marchó a Valladolid, en donde ingresó en la orden de la Merced y de la que llegó a ser vicario general. Después fue enviado a Roma y allí fue confesor del Conde de Lemas. y tiene amistad con Velázquez, Alonso Cano, Martínez Montañés ... Es lo que se dice un talento. Al señor Obispo Munera le pidió Su Santidad Gregorio XV que le buscase un confesor y él le mandó a un compañero franciscano, también bonillero, que estuvo al servicio del Papa hasta que éste murió. Cuando le prestaba los últimos auxilios, Su Santidad le pidió al franciscano que cogiese la cruz que estaba colgada sobre la cabecera de su cama, y el Papa, después de besarla, se la dio como regalo. Pasados unos meses se sintió el franciscano muy enfermo y me llamó para que le auxiliase y, una vez que le administré los Sacramentos, me hizo donación de la cruz. Y ahí la tenéis sobre la viga que hace de cornisa. Esta cruz posee grandes gracias y os aseguro que en la travesía Nápoles-Cartagena, ciudad ésta de donde vengo, nos ha librado milagrosamente de un naufragio.

     Tres días permaneció el franciscano Carralero hospedado en casa de Antón Díaz y, en la mañana del cuarto, antes de reemprender viaje a Tarancón por el camino de Villarrobledo, hizo entrega de la cruz a sus parientes, quienes se apresuraron a colocarla en un lugar más apropiada que el que ocupaba entre las dos alambores, expuesta al humo y las pavesas del sogato.

Y de esta forma, desde Roma, vía Nápoles-Cartagena, fue traído el Santo Cristo a El Bonillo.


Fragmento extraído de "El Santo Cristo de mi Lugar" escrito por Enrique Játiva Moral. El Bonillo. 1982.